Los últimos días nos han traído dos sorpresas, una deportiva y la otra política. La sorpresa deportiva fue la humillante derrota del seleccionado argentino frente al seleccionado alemán. Lo sorpresivo aquí no fue la derrota en sí misma, que era posible y hasta cierto punto previsible, sino la goleada. Brasil y Uruguay también perdieron, pero el seleccionado brasileño perdió apenas, casi al final, y el seleccionado uruguayo mostró un temple que estuvo ausente en el seleccionado de Maradona. La sorpresa política fue que, lejos de ser recibido con la reprobación popular que debieron soportar los jugadores brasileños al volver a su tierra, el seleccionado argentino fue recibido en triunfo por diez mil personas en Ezeiza, mientras la Presidenta proclamaba "Aguante, Maradona" y el diputado kirchnerista Juan Cabandié presentaba un proyecto de ley para levantarle un monumento en vida al director técnico de la selección en el puente de La Noria.
Exaltar al principal responsable de una humillante derrota en vez de indagar severamente sobre las causas de ella para ponerles remedio en el futuro no parece una actitud racional. Los alemanes nos dieron en cambio una nueva prueba de su racionalidad cuando, al igual que los holandeses y los españoles, eligieron para dirigir su equipo a un profesional competente, que lo sometió de ahí en más a una disciplina tan severa como innovadora. Se cumplió otra vez así, esta vez en el fútbol, lo que en alguna oportunidad dictaminó Juan Carlos de Pablo en la economía y en la política al sostener que los argentinos hacemos las cosas mal y después nos sorprendemos de que salgan mal.
Lo que pasa es que los argentinos no somos enteramente racionales sino también emocionales. Maradona insistió con Tévez porque es un jugador que pone todo en la cancha y dejó en el banco a Verón, el arquetipo del jugador racional. Tévez es, sin duda, extraordinariamente querible como persona. Pero en toda competencia, ¿lo que más importa es la emoción de la entrega o, simplemente, ganar?
La primera encuesta que hizo LA NACION después del partido reveló a su vez que un 72 por ciento de los encuestados propone desplazar a Maradona en tanto que un 28 por ciento lo sostiene contra viento y marea, aunque estas cifras podrían cambiar a medida que la presión oficial y popular a favor de nuestro mito nacional se haga sentir. ¿Será que la razón impera en nuestra clase media mientras la emoción reina sin disputas en nuestra clase popular? Sería un error en todo caso aspirar a una Argentina "alemana", dotada de una sobreabundancia racional que también conoció monstruosos excesos. Otro alemán, Otto von Bismarck, dijo alguna vez que "hacer política es buscar la diagonal de las fuerzas". Somos un pueblo cálido, y éste no es un defecto sino una virtud, eso sí, peligrosa. ¿Está inscripta en el futuro argentino, en consecuencia, la búsqueda empeñosa de nuestra propia diagonal entre la emoción y la razón?